Liderar no es sólo estar al mando. Implica saber dirigir los talentos personales, desde la mejora continua y la experiencia acumulada. Es guiar y conducir al grupo para que trabaje con entusiasmo y motivación, de forma eficaz y eficiente hacia el logro de sus metas personales y objetivos de la organización. Un líder empresarial es mucho más que un jefe. Es la persona que alinea los distintos recursos de que dispone la organización (humanos, tecnológicos, económicos...) para desarrollar el máximo potencial de los trabajadores en pos de satisfacer las necesidades de los clientes y del éxito del negocio. Al fin y al cabo, se trata de lograr que cada persona se sienta comprometida a dar lo mejor de sí misma y se sienta recompensada por ello. Además, un líder empresarial debe saber adaptar la propia organización a un contexto siempre cambiante para colocar a la empresa en situación de ventaja competitiva de forma proactiva.
Dirigir no es fácil, pero puede ser sencillo de aprender, que es diferente. Da lo mismo si eres el gerente, el patrón, el jerarca, un empresario, el entrenador del equipo o simplemente si quieres liderar tu relación de amigos. El arte de dirigir se erige por el mismo principio del liderazgo, no con el de autoridad (liderazgo autocrático) pues eso puede cegar. No debe basarse en su autoridad para dirigir (legitimidad por el cargo), ya que se generaría resentimiento y un mal ambiente de trabajo, con consecuencias directas en la productividad. A nadie le gusta que le recuerden que es inferior o que le obliguen a algo. Dirigir se basa en hacer que las otras personas hagan voluntaria y eficazmente sus tareas en vez de imponerlo. En casos muy concretos, con empleados con poca madurez o escaso compromiso en su trabajo, y cuando sea necesario tomar decisiones de forma urgente, puede ser altamente efectivo tomar acciones con cierta imposición para mejorar el rendimiento.
Cuando se dirigen personas, deben tenerse en cuenta sus necesidades emocionales, pues son de hecho las que movilizan a los seres humanos a dar lo mejor de sí mismos, y ofrecer su mayor rendimiento a la organización, incluso por encima de lo necesario. Una de las primeras técnicas a la hora de dirigir bien es no imponer como jefe lo que puedas convencer como líder, argumentando cuál es la mejor decisión o la más lógica, e incluso facilitando que sea el propio trabajador el que llegue a esa conclusión, o a una aún más eficiente (lider coach). Pues, en muchas ocasiones, el trabajador es el que mejor conoce su trabajo y su participación es vital para la mejora (improvement proposal), aunque esa colaboración debe ser premiada con alguna recompensa para que sea positivamente acogida y repetida en el tiempo.
El buen líder además debe ser el primero en dar ejemplo y practicar la reflexión para ofrecer su mejor versión personal. No es lo mismo ser un líder en un ambiente hostil, que serlo en un ambiente amigable donde se fomente el trabajo en equipo. Otro importante principio se basa en no generar rencor en los demás. En conseguir que las personas resuenen con el líder para sentirse integrados en un equipo en el que todos van a una y se sienten inspirados a sacar sus talentos y alinearlos para el mejor producto colectivo e individual. No se debe cometer el error de ser inflexibles ni distantes, aunque tampoco ser el amiguito-líder que vapulean sus empleados y del cual se aprovecha todo el mundo.
Competencias básicas de un buen líder son su asertividad y capacidad de comunicación efectiva. Si hay disconformidad se debe comunicar en el momento y lugar más oportuno, y con la persona implicada, generalmente a solas. El líder deberá también dominar el arte del reconocimiento adecuado ante los comportamientos y logros de sus colaboradores en la tarea. Hoy en día se considera que el liderazgo transaccional es muy eficiente, al permitir y facilitar una relación mantenida de intercambio de información (feedback) entre líderes y sus colaboradores. Para lo cual, los empleados, reciben premios por su desempeño y colaboración y ayudan al líder; quien, a su vez, sabe delegar convenientemente ciertos trabajos y responsabilidades con los miembros del equipo. Llegar al punto más alto no es casualidad. Todo cuenta, hasta los errores. Hay que usar el corazón y la intuición, hay que tomar riesgos y seguir el instinto. Equivocarse no es malo si se aprende de ellos; los aprendizajes compensan los errores.
Para que una empresa tenga éxito se tiene que centrar en sus clientes y no en sus competidores. Se requiere tiempo para reflexionar y reconocer siempre cuál es el objetivo, y cómo se puede mantener una mejora continua. Se puede descubrir los puntos ciegos gracias a las opiniones de los consumidores y clientes. Un líder excelente, requiere además, de una mentalidad analítica y relacional con una identidad auténtica, preparación, experiencia, humildad, confianza, responsabilidad, justicia, visión de futuro y carácter. Con capacidad de colaboración, convincentes y penetrantes, abiertos a los cambios, a la complejidad y a la diversidad, y ante todo a la escucha.
Un dirigente útil, un buen líder, es recordado como alguien empático, con conocimiento, comunicativo, intuitivo, exigente y respetado. Estos son los líderes que necesitamos hoy, para liderarnos hacia el mañana. Desgraciadamente, la sociedad actual se muestra más bien inactiva en asumir funciones de liderazgo, se prefiere ser liderado y delegar todo tipo de responsabilidad. La comodidad, la indiferencia ante los problemas generales y la desmotivación poblacional pueden ser factores que influyen negativamente en ello. Una organización sin líderes es como un barco perdido sin rumbo. Si bien resulta necesario ser también exigentes con nuestros líderes.
Los malos líderes crean malos seguidores, aunque hay quien sostiene que los malos líderes son consecuencia de los malos seguidores. El mundo es tan implacablemente rápido y dinámico que complica el raciocinio y la verdadera información, lo que enfrenta un riesgo real de convertirse simplemente en una suma voluntades orientadas hacia metas interesadas o mal dirigidas en cualquier caso. Como bien decía Martin Luther King: "necesitamos líderes que no estén enamorados del dinero, sino de la justicia, que no estén enamorados de la publicidad, sino de la humanidad".
No hay duda de que se necesita líderes emocionalmente inteligentes que faciliten entornos de trabajo saludable, inspirador y creativo, con visión y compromiso para enfrentar los desafíos y demandas emergentes. Pero, ojo, el primer líder que se necesita, ese verdaderamente imprescindible, es aquel que habita en ti (autoliderazgo), ese que a menudo no escuchas por caer en la trampa de creer que eres incapaz de tomar decisiones y de pensar sin que nadie te condicione. Ése que te hace libre, que te hace creer en ti mismo, superarte y ser vital para poder llegar a ser un mejor líder en tu vida y para los demás.