La Soberbia es un trastorno de la personalidad que encuentra causa en el orgullo y la vanidad, haciendo daño a quien la cultiva y la practica. Siendo grave en cualquier persona, por el rechazo afectivo e intelectual que produce en su entorno, en el mandatario es reprochable.
La filosofía tomista, también llamada filosofía perenne, define al sujeto de Soberbia como aquel individuo que tiene un amor desordenado hacia su propio bien, por encima de otros bienes superiores, hasta el punto de llegar a despreciar la dignidad de otros. En el caso de los mandatarios que la practican, puede llegar a conculcar el respeto institucional, clave del arco sobre el que se asienta la democracia. El soberbio es un hombre inicuo.
La única terapia eficaz para combatir la Soberbia es el ejercicio de la Humildad. Para ello se requiere que la persona realice un sereno y profundo proceso de introspección. Sólo desde la paz interior, que procura la autocrítica y el viaje a la esencia, se puede forjar la voluntad necesaria para actuar con Humildad, cuando lo que se venía practicando era la Soberbia.
El hombre , y la mujer, es libre; libre para pensar y libre para actuar, sin más limitación que el respeto a la libertad de los demás y a la ley. El mandatario también, sometido a dos principios adicionales: el de lealtad constitucional y el de la búsqueda del bien común en su acción de gobierno. Tan alta misión resulta incompatible con el ejercicio de la Soberbia.
¿Qué podemos hacer los ciudadanos cuando la Soberbia de los mandatarios conculca nuestros derechos y pone en riesgo a nuestra sociedad e instituciones? Denunciarlo con toda energía, por todos los medios a nuestro alcance, con respeto y argumentos. Combatir los sofismas, desvelando los falsos principios en los que se asientan y los espurios intereses que esconden. Mantener la calma y ser firmes en la defensa de los valores democráticos, no dejándonos arrastrar hacia el barro del frentismo y el sectarismo. En suma, contribuir a que quien practica la Soberbia tenga el reproche social que merece.
Autor: Juan José del Campo Gorostidi | CORDES