El crecimiento del empleo en el sector servicios no ha de ser motivo de satisfacción sino de honda preocupación, al constatarse el retroceso en la actividad industrial, el continuo descenso de la productividad y la incapacidad para evolucionar el modelo económico nacional.
El Indice de Red Eléctrica publicado el pasado 29 de noviembre, correspondiente al mes de octubre, confirma la desaceleración de la economía española, especialmente aguda en el sector industrial. Estudios realizados por nuestra consultora evidencian que el IRE es un indicador adelantado de evolución del PIB, por lo que el descenso del consumo eléctrico en octubre, hasta situarse en niveles del año 2010, es una prueba más de la desaceleración de la economía española, por razones varias.
Acabamos de conocer los datos del paro registrado correspondientes al mes de noviembre, que muestran un descenso de 74.381 personas, de las cuales 48.528 encontraron empleo en el sector servicios, el 65,2%. España es cada vez más una economía de servicios. Tras el traumático confinamiento, tres son las fuerzas impulsoras del gasto: el ansia de socializar, la mejora del hogar y el consumo de las familias. El gasto público y privado, cebado por las continuas inyecciones de liquidez de los bancos centrales y los programas de estímulo, ha tensionado las cadenas de suministro Asia-Europa, evidenciándose el error de externalizar la fabricación en China.
Interpretar el aumento del empleo y la disminución del consumo eléctrico en clave de mejora de la eficiencia energética de nuestra actividad económica constituye un craso error. Lo que de forma contumaz nos señala el INE es una pérdida continua de productividad. Los indicadores adelantados correspondientes al tercer trimestre de 2021 muestran un descenso de la productividad del -3,3% respecto al mismo período del año anterior en el indicador productividad por puesto de trabajo equivalente a tiempo completo. Encadenamos siete trimestres de descensos.
En mayo de 2009, alertaba en una tribuna de opinión acerca de las negativas consecuencias de la terciarización de la economía española. Escribí entonces -hace 12 años-:
"... dicen los modernos que la terciarización de la economía es signo de progreso. Me permito discrepar de tal aserto, alineándome con Baumol, economista norteamericano que teorizó acerca del dañino efecto que tiene en la economía el crecimiento de las actividades de baja productividad.
Dividen Baumol y sus colegas la actividad económica en dos grandes grupos: la industria y los servicios. Tras recopilar y analizar la evolución de la productividad en ambos sectores, concluyen que es la industria quien se ocupó en mejorarla, al contrario de lo que hicieron los servicios. Su conclusión es clara, éstos terminan devorando la riqueza generada por aquella, la industria.
Las sociedades terciarizadas terminan aquejadas por un grave síndrome: el Síndrome de Baumol , cuyas consecuencias venimos padeciendo desde que se manifestó la crisis en 2008 ....".
En 2009 la deuda española era de 569.535 M€, el 53,3% sobre el PIB. Hoy supera ya los 1.432.301 M€, el 122,8% sobre el PIB. La deuda se ha multiplicado por 2,5 en los últimos doce años con la actividad industrial en continuo retroceso. El ministerio de industria ha fracasado tanto en la anticipación, las alertas no fueron escuchadas, ni en tiempo ni en forma, como en la gestión reactiva, esto es, en buscar alternativas industriales equiparables a las que cierran compañías multinacionales de primer nivel.
Carecemos de política industrial. La política fiscal no incentiva el esfuerzo y la creación de valor, la regulación lastra la competitividad de la industria española, al tiempo que grava la creación de empleo. Las Administraciones Públicas son cada vez menos eficientes: crece el número de funcionarios, aumenta su coste y provee un peor servicio al ciudadano. El sistema educativo, en todas sus etapas, se deteriora: disminuye la exigencia para acreditar la suficiencia del alumnado y se muestra incapaz de evolucionar, en métodos y recursos, para formar los profesionales que demanda una economía cada vez más volátil, incierta, compleja y ambigüa.
El fracaso de las políticas aplicadas se manifiesta en el continuo crecimiento del gasto social y los subsidios. Medidas paliativas, tan necesarias como inútiles para corregir el rumbo equivocado, y cuya gestión demanda cada vez más recursos públicos.
Vamos por muy mal camino, un país que no mejora su productividad está abocado al fracaso. El Síndrome de Baumol, se ha enquistado en nuestra economía.
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