Leviathan, o La materia, forma y poder del control sobre las emisiones de CO2
El foco del problema sobre las emisiones de CO2 se localiza en países como China.
Haciendo un paralelismo con la declaración de intenciones que la conocida obra de Thomas Hobbes representa, las actuales normativas sobre el control y los derechos de emisiones de CO2 sirven para justificar la legitimidad de las medidas de presión (sobre toda económica) sobre las fuentes de generación de dióxido de carbono.
Si nos fijamos en los datos del Atlas Mundial del CO2, las mayores emisiones (en términos absolutos) se localizan, en China, seguida, a distancia, de EE.UU. y la Unión Europea (ver gráfico 1). Sin embargo, en términos relativos (emisiones per cápita) encabezan la lista Arabia Saudí, Norteamérica y Rusia, y los valores per cápita de la UE se igualan a los de China (ver gráfico 2).
El foco del problema sobre las emisiones se localiza en países como China, cuyo desarrollo económico e industrial, en ciernes si lo comparamos con las potencias tradicionales, está basado en la utilización de combustibles fósiles (en su caso carbón, principalmente), pero también es consecuencia de las políticas medioambientales (o la ausencia de las mismas) de países como EE.UU. o Rusia (aparte de Arabia Saudí como productor de petróleo), donde la voraz avidez de crecimiento no respeta el equilibrio de fuerzas para lograr un desarrollo sostenible.
En este escenario, la Unión Europea se abandera como defensora de un modelo de producción y consumo para las sociedades modernas, basado en unas cada vez más duras exigencias de reducción de emisiones que, desde un punto de vista geoeconómico, vulneran las posiciones de competitividad industrial en la Europa de los 28, que no puede competir en costes de producción con otros países como el gigante asiático. Aunque se han lanzado unas primeas iniciativas proteccionistas y arancelarias, el actual modelo de derechos de emisiones, y la carga económica que éstos representan para industrias tan dependientes de los combustibles fósiles, como son la siderurgia, metalurgia y la industria cementera entre otras, amenazan con derivar la producción (paradójicamente en aras de la protección del medio ambiente) hacia países en los que la producción industrial de los mismos bienes suponga un mayor impacto medioambiental para nuestro planeta.
Todo ello debería servir como reflexión para trazar una hoja de ruta que estimule a la industria de los países de la UE a un desarrollo industrial sostenible, pero también competitivo, y no basarse casi exclusivamente en el control punitivo como solución para todos los problemas relacionados con el binomio industria – emisiones.
Llegados a este punto, podemos preguntarnos si Leviathan ha sido creado para justificar las políticas de control de emisiones en la UE, o si a raíz de la implementación de dichas políticas estamos despertando a un monstruo que se alimenta de las mismas, y que amenaza con agudizar aquello contra lo que se quiere luchar.
Si nos fijamos en los datos del Atlas Mundial del CO2, las mayores emisiones (en términos absolutos) se localizan, en China, seguida, a distancia, de EE.UU. y la Unión Europea. Sin embargo, en términos relativos (emisiones per cápita) encabezan la lista Arabia Saudí, Norteamérica y Rusia, y los valores per cápita de la UE se igualan a los de China.
El foco del problema sobre las emisiones se localiza en países como China, cuyo desarrollo económico e industrial está basado en la utilización de combustibles fósiles, pero también es consecuencia de la casi ausencia de políticas medioambientales de países como EE.UU. o Rusia, donde la voraz avidez de crecimiento no respeta el equilibrio de fuerzas para lograr un desarrollo sostenible.
En este escenario, la Unión Europea se abandera como defensora de un modelo de producción y consumo para las sociedades modernas, basado en unas cada vez más duras exigencias de reducción de emisiones que vulneran las posiciones de competitividad industrial en la Europa de los 28. Aunque se han lanzado unas primeras iniciativas proteccionistas y arancelarias, el actual modelo de derechos de emisiones, y la carga económica que éstos representan para industrias tan dependientes de los combustibles fósiles, como son la siderurgia o la metalurgia entre otras, amenazan con derivar la producción hacia países en los que la producción industrial de los mismos bienes suponga un mayor impacto medioambiental para nuestro planeta.
Todo ello debería servir como reflexión para trazar una hoja de ruta que estimule a la industria de los países de la UE a un desarrollo industrial sostenible, pero también competitivo, y no basarse casi exclusivamente en el control punitivo como solución para todos los problemas relacionados con el binomio industria – emisiones.
Llegados a este punto, podemos preguntarnos si Leviathan ha sido creado para justificar las políticas de control de emisiones en la UE, o si a raíz de la implementación de dichas políticas estamos despertando a un monstruo que se alimenta de las mismas, y que amenaza con agudizar aquello contra lo que se quiere luchar.